25.2.08

Luis Cardei: CANTOR



Luisito, el grande


-3 de julio de 1944
-18 de junio de 2000


Así como mi acercamiento al tango, según ya he porfiado páginas abajo, se lo debo al señor Alejandro Dolina, mi pequeño lugar en el paño tanguero es acción y consecuencia de una mano generosa, desinteresada y amiga: la de Luis Cardei.
Concursé en un certamen de cancionistas en la tanguería “La casita de mis viejos”, un viernes de febrero de 1996. Al día siguiente, ante el entusiasmo –y la sordera- del público presente, estaba actuando junto a los números principales en la noche del sábado. Figura central: Luisito, junto a su inseparable bandoneón amigo, Antonito Pisano.
Es siempre mezquino, subjetivo y a veces cursi describir una emoción. Sólo diré que me emocioné hasta las lágrimas. Allí estaba, con mis 18 años recién cumplidos, escuchando una voz jamás oída ni parecida a ninguna otra, cantando reliquias –de esas que yo también desempolvaba para cantar- como el vals “Temblando”, o los tangos “Carnaval”, “Marionetas” y tantos otros. Inquieta, ante cada movimiento del cantor, cada silencio del fuelle, sin saber qué iba a pasar, qué otro golpe a mi inusitada e imposible nostalgia exhalaría con su voz nasal ese cantor. El espectáculo parecía más una ensoñación, una imagen onírica que el aplauso estruendoso no desvanecía. Uno no quería irse, no quería quedar desamparado a la realidad de la vuelta a casa.
Yo apenas había empezado a adueñarme del “Victoria Morán”, mi seudónimo, requisito para participar en el concurso del que resulté ganadora el 23 de marzo de ese año. Apenas comenzaba a ser conocida por unos pocos cuando Luis me convidó a cantar en su ciclo de los jueves, en el Foro de la Librería Gandhi, de Avenida Corrientes. Tan generosamente, presentaba a esta cantora como “una calandria que viene desde el sur…”, y se sentaba a escucharme como ese grande que era.
La amistad ya era un hecho cuando Luis y María, su media naranja y ladera inseparable hasta el fin, organizaban alguna cena en su casa. Mi esposo, Rai, y yo nos deleitábamos ante cada comentario ácido y picante que como al pasar deslizaba Luisito desde la bienvenida hasta la partida, siempre dispuesta para un nuevo encuentro.
Fue solidario con todos los colegas a quienes les brindó un espacio desde sus actuaciones, generoso como lo fue conmigo en el breve pero intenso tiempo en que gocé del privilegio de su amistad. No pude ver su enfermedad mientras cantaba, porque con su voz me transportaba, conseguía eso que un buen artista debe lograr con su público: entretener, emocionar, abstraer de la realidad por un ratito, hacer mejor un momento que de otro modo hubiera sido vano o igual a todos.
Lo quería y querré por siempre con el alma. El 18 de junio de 2000 entregó su voz y su sonrisa para siempre. Me enteré por terceros, como a veces se saben estas cosas, y no sé exactamente por qué no me atreví a acercarme a su círculo íntimo en ese momento. La sensación de que siempre es tarde, de que nunca es la ocasión indicada y el temor, tal vez infundado, de ocupar el incómodo lugar de aparecida con segundas intenciones ante la muerte de Luis, me mantuvieron fuera por largo tiempo.
Ya no importa, cuenta sólo el recuerdo. La nostalgia compañera cada vez más justificada por los años que pasan - ya son 32 para mí- y la voz de Luisito que me acompaña en esta madrugada de un domingo ya lejano.


Para no dejar de escucharlo, la voz de Luis en un valcesito inolvidable...

(Música: Alberto Acuña - Letra: Charrúa (Gualberto Márquez))
Bandoneón de Antonio Pisano y guitarras.
Buenos Aires 1995.




Un recuerdo al pie de este sencillo homenaje a Luisito, para ELVIO VITALI, otra mano generosa y amiga de tantos artistas, quien me diera la oportunidad de presentar mi primer compacto en la Gandhi, su librería y foro artístico de proverbial renombre en el paisaje cultural porteño. Falleció el pasado 16 de febrero. Tenía apenas 54 años.


Tuvo para conmigo uno de los mayores piropos acerca de mi desempeño vocal en en escena. Me lo contó mi viejo: mientras leía la cartelera del espectáculo con mi foto se acercó Elvio y lanzó el comentario de coté "¡Cómo canta esa hija de puta!". Mi viejo respondió, sonriendo asombrado, "Es mi hija". Elvio simplemente remató "Nooo, sos un hijo de puta...".

Gracias por tu generosidad y tu espíritu consecuente con tus ideas y esas ideas consecuentes con tus acciones.


Desde esta esfera, abrazo a Luis y a Elvio, dos queridos amigos que serán entrañables por siempre.


Con admiración, cariño y respeto: Victoria.


ELVIO VITALI: LA MUERTE DE UN PORTEÑO. ESCRIBE MARTÍN CAPARRÓS
FUNDÓ LA LIBRERÍA "GANDHI" CUANDO LLEGÓ LA RESTAURACIÓN DEMOCRÁTICA. ANTES HABÍA MILITADO EN LA JUVENTUD UNIVERSITARIA PERONISTA, FUE MONTONERO Y VIVIÓ EN EL EXILIO. CON KIRCHNER, FUE DIRECTOR DE LA BIBLIOTECA NACIONAL. EL RECUERDO DE UN PORTEÑO DE LOS QUE YA NO HAY.

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2 comentarios:

  1. Sos una porteña de ahora , sensible , inteligente y una excelente cantante, te mando un beso grande

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  2. ¡Gracias Ricardo!. Por tus palabras, tan generosas como inmerecidas.
    Ahora, tengo tan poco de porteña... pero bueno, viene añadido al tango que me apasiona.
    A veces me tiran los brillos de la gran ciudad, pero siempre vuelvo al barrio, al andén, a la plaza, siempre estoy llegando, como Pichuco.
    ¡Muchas gracias nuevamente!

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