4.11.07

Tu mirada


Qué amapolas se derraman en tus ojos

desgarrando primaveras en mi vientre!

¡Qué luz celeste desenfada su antojo

y me pone en tus brazos a quererte!


Tu mirada

I

Claro en el monte donde los pájaros
Beben el sol de los charcos por la mañana.
Rayo de sombra, tu mirada tiene
El revés de las cosas que se nombran.
Se proyecta, se dirige, se acomoda
En los ojos que apenas la sostienen.

Roble, pimienta, menta, rocío,
Aromas blancos, caramelo, hierba
Hay en tus ojos mirando contigo.

Yo quisiera mirarte eternamente,
Caminar con tus ojos en los míos
Sonriendo entre la gente.

Hay un tesoro errando en tu mirada,
Oculto bajo el mar de tus ojazos.
¡Qué corsario de tiempo y tempestades
podría reflotarlo!

Yo apenas puedo deslizar mis naves…
Déjame anclar siquiera unos instantes
Mi corazón en esos ojos tuyos.
Abre tus aguas para que te vea
Como jamás te hayan mirado antes.



II

Pero también tus ojos pueden hacerse noche,
pueden cerrar sus alas y hundirse en el abismo
de los presentimientos y de las necedades.
Puede cegarte el viento con un sólo silbido
fatal que te cercene la pupila de un tajo,
y entonces tu mirada –que hace un instante iba
perfumando la casa con azahares y pétalos-
se agolpa en un suspiro, se aprieta en un silencio,
se encierra, se abroquela, se parte, se revela
con maneras de toro, de fiera amenazada
por quién sabe qué grito, qué disparo, qué incendio.

Bastará sólo un soplo para resucitarte
los ojos a la dulce ternura que acostumbran
y volverás en ti desde tu andar lejano
impávido, fulgente, risueño, geminiano.


(c) copyrigth

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