
Si bien este no es un espacio estrictamente confesional ni un diario de viaje, abro un lugar para contarles que el pasado 17 de noviembre amanecí cumpliendo mis 31 años en Sierra de la Ventana, junto a mis dos bellos amores, Lucía y Rai.
Vueltas del destino, atropellos de la suerte, saltos y piruetas del camino, oraciones elevadas a medio dormir, estrellas fugaces amontonadas por años bajo la almohada para que una mañana entre todas llegue al bendito día de mi aniversario de nacimiento en paz, feliz, sin ocuparme del horno ni preocuparme por la familia que tan penosamente se lleva y tan enseguida se junta cuando la agenda manda.
Tal vez porque a las diez de la mañana ya estábamos montando a caballo, o porque ando sin reloj hace un mes y me dejé guiar por los minutos que marca el sol, porque cuando tuve sueño dormí, cuando tuve hambre comí, y me olvidé de reprochar, retar y armar el día como un tetris, tal vez por todo esto, digo, fue el cumpleaños más atípico, descontracturado y extrañamente bello que me tocó vivir. Sin velitas ni comida porque sí. Sentí a ese mismo día como un regalo al que no terminé de acostumbrarme cuando ya se acercaba la medianoche...
Por las risas, los mimos y el esfuerzo por dar lo mejor de sí, por pensar en mí con generosidad y alegría, gracias les doy a mis dos amores en la vida, la Lulu y el Raichi..
A los pies, unas palabras que una vez escritas, me han arrancado a patadas viejos dolores y que vienen a cuento de este aniversario porque siempre pienso en la niña que fui cuando celebro mi vida y en la mujer que sería si esa niña se hubiese rendido hace tanto tiempo y tanto olvido...
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LA NIÑA
Yo pude ser la otra, la mitad de la niña condenada a nacer. El costado siniestro de esa idea con hoyuelos. Yo pude ser el monstruo, el error contundente, la oración mutilada. Pude encarnar el miedo y el fracaso en escalas. Elegí reencarnarme en el sonido, en la palabra que agita las aguas del silencio, en la verdad que arranca de cuajo los papeles escritos en el viento.
La niña con su vestido de sangre y su muñeca anquilosada en brazos se para frente a mí, como un espectro bello y luminoso. Apenas se sonríe. Yo la beso. Yo pude ser aquella y fui la otra. Quién llora de este lado del espejo, no importa. Viven en mi asimétrica existencia, mi renga humanidad de porcelana, la niña y la mujer que escribe a solas.
Cuando la noche cierra sus labios sobre mis presentimientos, cuando el silencio aúlla en la voz de mis muertos yo me abrazo a esa otra, a la niña que arrastra su infinita pregunta y la miro a los ojos para leer respuestas que acaso no soporte, que no vendrán a tiempo.
Sobre un signo de muerte estaqué mi bandera. Fatigué soledades bajo el sol de la espera hasta llegar a mí. Y aquí estoy, arrastrada a un destino de hiedra bebiendo de los muros, amante de la sombra, la piel enverdecida y en la raíz reseca acechando la vida. Son tantos los recuerdos que podría matarme el olor de la lluvia cayendo sobre el pasto y en mis horas de espanto, balanceando a mi niña en un rincón vacío me incorpora el ensueño de un paisaje lejano y la felicidad entonces se parece a una casita blanca bajo un árbol salvaje.
Yo pude ser la otra, la mitad de la niña condenada a nacer. El costado siniestro de esa idea con hoyuelos. Yo pude ser el monstruo, el error contundente, la oración mutilada. Pude encarnar el miedo y el fracaso en escalas. Elegí reencarnarme en el sonido, en la palabra que agita las aguas del silencio, en la verdad que arranca de cuajo los papeles escritos en el viento.
La niña con su vestido de sangre y su muñeca anquilosada en brazos se para frente a mí, como un espectro bello y luminoso. Apenas se sonríe. Yo la beso. Yo pude ser aquella y fui la otra. Quién llora de este lado del espejo, no importa. Viven en mi asimétrica existencia, mi renga humanidad de porcelana, la niña y la mujer que escribe a solas.
Cuando la noche cierra sus labios sobre mis presentimientos, cuando el silencio aúlla en la voz de mis muertos yo me abrazo a esa otra, a la niña que arrastra su infinita pregunta y la miro a los ojos para leer respuestas que acaso no soporte, que no vendrán a tiempo.
Sobre un signo de muerte estaqué mi bandera. Fatigué soledades bajo el sol de la espera hasta llegar a mí. Y aquí estoy, arrastrada a un destino de hiedra bebiendo de los muros, amante de la sombra, la piel enverdecida y en la raíz reseca acechando la vida. Son tantos los recuerdos que podría matarme el olor de la lluvia cayendo sobre el pasto y en mis horas de espanto, balanceando a mi niña en un rincón vacío me incorpora el ensueño de un paisaje lejano y la felicidad entonces se parece a una casita blanca bajo un árbol salvaje.
V.M.
(c) copyright
Queridísima Victoria:
ResponderEliminarNos hace muy felices que este cumpleaños haya sido tan distinto y tan bello. No es difícil entender por qué: un paisaje sublime, una paz que llega al alma, y el amor de tres seres de luz como son vos, Lucía y Rai.
Y qué decir de "LA NIÑA"... la emoción brotó desde lo profundo de mi ser, y no te extrañarás si te cuento que me conmovió hasta las lágrimas. Por la cautivante belleza con la que tu talento envuelve las palabras, y porque fue inevitable evocar a esa otra niña que está del otro lado de mi propio espejo...
Te dejamos tres besos desde el alma,
Kika y Silvana